2021 Kandelak

KANDELAK 2021

 

Una pequeña vela basta para iluminar la habitación más oscura. Bien lo sabe quien ha tenido que esperar algo, como una llamada o una buena noticia, en mitad de la noche.

Se sentó frente a la vela, pues no tenía otra cosa a la que sujetarse más que a un tiempo resbaladizo que le ofrecían los médicos: veinticuatro horas. Veinticuatro horas es la dosis que la medicina le exige a la paciencia.

Abrazó la luz con todo su ser, postrándose a los pies de la vela, sin ser por ello creyente, pero creyendo ciegamente en la fuerza del amor. Necesitaba encender aquella vela, contemplar el dulce movimiento de la diminuta ola de fuego que temblaba súbitamente, aún con la ventana cerrada. Necesitaba que la vela iluminara su oscura habitación, y que le dijera: “Ahí está la puerta, ahí está tu silla, aquí estás tú. No te preocupes”. Le pidió todo lo que se le puede pedir a una vela. La vela le respondió todo lo que sabía decir.

Quemó un total de veinticinco horas. Una parte de él se consumió con cada vela, sus hilos interiores ennegrecieron y se calcinaron de tanto esperar. Lágrimas de cera endurecida en sus pestañas abrasadas.

Sin embargo, puede que, pasadas las veinticinco horas, la luz matutina atravesara sus cortinas disolviendo la noche e iluminando así, como involuntariamente, el escritorio, la silla, la puerta, y una extensa hilera de velas y miedos carbonizados.

 

El espectáculo

La bailarina Garazi Etxaburu dará vida a una escultura de madera de grandes dimensiones creada por Jose Pablo Arriaga. Su coreografía, vibrante y sutil, evocará los movimientos de la llama de una vela.

La escultura, formada por capas sobrepuestas y plegadas, puede simbolizar la piel del vientre de una mujer embarazada, ese espacio que durante tanto tiempo ha cobijado y protegido una nueva vida. Mas puede suceder que haya que cortar esas capas cuando llegue el momento de extraer lo que hay en su interior. Puede ser un bebé, puede ser una angustia, o incluso viejos fantasmas que habitaban bajo nuestra piel. Hay que extraerlos, si se quiere vivir.

Después, toca suturar la herida, con dulzura y precisión, para que nuestra piel pueda curarse y renovarse. Y será aquel tiempo odiado, aquel que nos calcinó frente a la vela, el que seque nuestra herida y nos dibuje una eterna cicatriz, y puede que, algún día le agradezcamos el habernos enseñado a esperar.